La novela Laberinto aborda la «destrucción sicológica de los personajes, como ocurre con la de muchos mexicanos» en la guerra contra el narco. Con originalidad, narra a personas comunes y no a narcotraficantes.
Laberinto (Literatura Random House) explora, a través de la voz de dos hombres, lo que aconteció una noche de destrucción en una pequeña población llamada El Edén, donde dos grupos armados se enfrentaron, provocaron serios daños y perpetraron decenas de asesinatos. Norma y Darío son pareja e intentan encontrar al hermano menor de él y sobrevivir.
Entre tanta desolación y desorden conocemos a Norma y Darío, nuestros personajes se encuentran en el umbral de la adolescencia, tan cerca de la infancia, tan lejos de la madurez adulta. Es imposible que el lector no se conmueva con ese amor que nace, con el deseo que arrasa, con el valor que se vuelve temeridad y luego frustración. Parra no tiene piedad y no tiene por qué tenerla. Lo que van a leer es una historia tremenda. Hay una realidad inmediata en medio de las cifras de muertes por la violencia del crimen organizado, están dos enamorándose, llegando juntos a sus primeras experiencias sexuales.
Están el profesor de literatura y entrenador del equipo de futbol; Renata, la que sirve las copas en la cantina; Jaramillo, el rival y luego cómplice indispensable de Darío. Están los hombres y mujeres que, como cualquiera, viven un día a día que no esperan que estalle en mil pedazos de un momento a otro.
“A Darío le dio un ataque de tos a causa de una nube de pólvora y tierra. Cuando pudo reaccionar, lo primero que vio fue la hoguera en que se convirtieron los salones que aún seguían en pie; la mayoría eran un montón de escombros. Sentado en el piso, cubierto de tierra, vidrios y piedras, hipnotizado por el baile del fuego, no pudo sino preguntarse: ¿Por qué volar la escuela? ¿Qué sacan de eso?”
Hay dos momentos y dos lugares donde suceden las cosas; las historias se van trenzando narradas por Darío y el profesor que se reencuentran años después de la noche que les cambió la vida a ambos.
El primer lugar es El Edén, un pueblo que podría llamarse de tantas formas: Apatzingán en México, Bojayá en Colombia, lugares de trágica memoria, una geografía vulnerada en todos sus rincones. Y el otro lugar es la cantina.
“Quien ve su pueblo natal destrozado por las explosiones, por los incendios, por el paso de la guerra, no puede volver a ser el mismo”.
Laberinto busca reconstruir el pasado, que es la única forma de comprender justamente a sus personajes. Mientras el profesor escucha a Darío va también configurando su propia memoria de lo sucedido en el pueblo, y se pregunta
“¿Habrá sido así? No era posible saberlo. Lo malo de los relatos aislados que provienen de fuentes diversas es que nunca pueden sincronizarse. Aunque los hechos hayan ocurrido en el mismo espacio temporal, nunca sabremos qué fue primero y qué fue después”.
Según el escritor Alemán Sebald: “sin memoria no existiría ninguna clase de escritura. Una imagen, una frase necesitan el camino de la memoria para llegar al lector. Y ese camino nunca empieza ayer, sino mucho antes”
Una novela desoladora, tristísima y maravillosamente bien escrita, que va a criterio de cada uno si se atreve con ella o no.