Gabriela Margall tiene la cualidad de ubicarte en el medio de la escena para sufrir, disfrutar, reír… o lamentar no poder sacudir a alguno de sus personajes.
Acá nos presenta a Elizabeth Shaw, La institutriz (con todo lo que tiene que ser una institutriz):
Miss Duncan diría que una institutriz es el modelo de la familia. Debes ser madre, padre, niño, abuelos. Ser nadie cuando es necesario y ser faro en la tormenta. Todos deben mirarla y saber cuál es la respuesta.
La institutriz
Un retrato hecho de retazos, de personas que vivían gracias al mar que las devolvía a la playa.
Hay retazos de todo tipo: delicados, flexibles, nobles, bastante maltratados, rígidos y también de esos almidonados y ásperos que se van suavizando con el tiempo. Muy ásperos… que se suavizan (un poco) en mucho, mucho tiempo.
Me encantó la manera en la que están enlazados esos retazos llenos de dolor, silencios, secretos, lealtad, amistad, amor, idas y vueltas.
También hay humor, que conste. Y hay un Toby.
Lo que no hay es un epílogo. ¿Será que hay una segunda parte?
La resonancia de otras lecturas en sintonía, como Jane Eyre, de Charlotte Brontë, Agnes Grey, de su hermana Anne, o Persuasion, de Jane Austen, de las que la autora es fan declarada, es evidente, tanto como la de los textos que según comentó en la reciente presentación de la novela, le sirvieron de puntapié para trabajar en la ambientación (las memorias de Victoria Ocampo y su testimonio de la infancia y juventud en Buenos Aires y en París, por ejemplo).
Sin embargo, Margall construye algo original, que evita caer en el homenaje o la repetición.
Elizabeth y su historia sorprenderán a los lectores cómodos o acostumbrados al formato genérico del romance.
La institutriz desafía las convenciones.
Es una novela atrapante que en menos de un mes (pues salió a la venta a inicios de febrero) ya lleva dos ediciones y ha ganado lectores en todo el país. Celebramos tener en nuestra biblioteca un nuevo libro de Margall y esperamos con ansias el siguiente.
