Una vuelta a los recuerdos de la infancia que traerá consecuencias inesperadas.
La novela me ha encantado, por varios motivos, pero el principal es porque es algo nuevo, sobre todo en su estructura. El autor nos cuenta cómo ha ido construyendo la historia a través de un narrador en tercera persona, que a su vez habla y dialoga con los personajes y discuten cual es la mejor manera de afrontar la reconstrucción de la vida de unos niños que dejaron de serlo hace ya algunos años.
Narrador, autor y personajes se confunden y nos cuentan desde sus distintos puntos de vista la vida de un pueblo perdido en la costa almeriense y de un pequeño grupo de amigos que hicieron de un verano algo inolvidable.
En la autoficción el escritor no dice necesariamente la verdad, aunque hable de sí mismo. Siendo el narrador Juan Manuel Gil, es evidente, y lo aclara en más de una ocasión, que «no es conveniente confundir narrador y autor», aunque ambos se llamen del mismo modo, se dediquen a lo mismo y hayan escrito los mismos libros, con idéntico resultado. Estamos pues ante una fabulación que Juan Manuel Gil desarrolla, en ocasiones como si fuera una investigación policiaca, sobre tres personajes: Huáscar, Simón y él mismo.
Y así nos encontramos dentro de una búsqueda imposible de la verdad y la memoria, en la que Huáscar es un personaje-mito que alimenta la imaginación de un grupo de niños de El Alquián, un barrio junto al aeropuerto de Almería. Simón es uno de los miembros del grupo, junto al propio Juan Manuel Gil, el del fallo multiorgánico y el del síncope, que así se denominan en la novela dos de los amigos de infancia.
Porque la novela está contada en un tono desenfadado, en ocasiones humorístico, lejos de la acidez y autocrítica.
[…] propuesta que la metaliteratura hace a los lectores se basa en la difusión de otras obras literarias. Lo cual está entre lo mejor […]